miércoles, 21 de octubre de 2009

HILAIRE BELLOC: Atacado por los liberales "católicos"

En 2008 la editorial Rialp, ligada a una conocida obra de la Iglesia, publicaba un libro bajo el título de "Cristianos en la encrucijada. Los intelectuales cristianos en el período de entreguerras". Libro de Mariano Fazio, que según parece es Rector magnífico de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz. El libro pretende ser una síntesis de la obra y pensamiento de la intelectualidad católica del período de entreguerras; concretamente estudia a: Berdiaeff, E. Gilson, Mounier, Maritain, Chesterton ,Dawson, T.S Eliot y H. Belloc... y es con este último, con el gran historiador y pensador inglés cuando nos tropezamos con esta sorprendente conclusión valorativa:

"Belloc es un pensador católico, pero al mismo tiempo tiene algunas ideas que osaría denominar clericales. En estas páginas, entiendo por clericalismo la no distinción entre el orden natural y el orden sobrenatural, el no respeto por la legítima autonomía de las realidades temporales. Las críticas al anticlericalismo, en cuanto corriente de la Main Opposition en Survivals and New Arrivals suscitan perplejidad; ¿Deben ser católicas las leyes en una sociedad o simplemente deben respetar el derecho natural? ¿Cuáles son los derechos políticos de los no católicos en una sociedad dirigida solamente por leyes católicas? Aunque es condivisible la afirmación de Belloc de que la neutralidad del Estado no sea neutral, la alternativa no reside entre un Estado agnóstico y uno confesionalmente católico, sino entre un Estado que respete y promueva la dignidad de la persona humana - todos somos imágenes de Dios no sólo por la gracia, sino por la naturaleza- y otro que quebrante esta dignidad. Cuando Belloc analiza la estructura de la sociedad del Antiguo Régimen, basado en la unión entre el trono y el altar, se evidencia una actitud nostálgica que hace de este autor un tradicionalista cultural...si Belloc hubiera podido leer la Gaudium et Spes y la Dignitatis Humanae probablemente habría recibido más luces para ofrecer una solución convincente al problema del Estado neutral agnóstico. Las propuestas de Gilson y de Maritain, ya estudiadas, abren camino a esos documentos conciliares y se alejan de las posiciones clericales de Belloc. (páginas 240-241)

No nos engañemos, Mariano Fazio no critica tanto el pensamiento de Hilaire Belloc como a toda la Iglesia Católica anterior al Concilio Vaticano II de la cual Hilaire Belloc era un hijo fiel y leal. Es acusado por estos “nuevos católicos seculares” por defender la doctrina que le enseñó la Iglesia. Quizás lo explique la postura contraria a la usura y a las plutocracias que siempre mantuvo Belloc. Este "nuevo catolicismo secular" tiene muy buenas relaciones con la banca y con las oligarquías económico-políticas del liberalismo católico.

El ataque al pensamiento del escritor inglés es un ataque a la doctrina tradicional católica. Mario Fazio se sitúa de pleno en la llamada “teología de la secularidad” surgida en y tras el Concilio Vaticano II; teología que se caracteriza por su obsesión en calificar de “clerical” a la Iglesia pre-conciliar, a la Cristiandad y a cualquier posición tradicional. Teología profesada y difundida por numerosos de los llamados “nuevos movimientos eclesiales”. Esta teología se caracteriza por incurrir de lleno en lo que el Santo Padre Benedicto XVI ha llamado “la hermenéutica de la ruptura”; es decir creer que el Concilio Vaticano II ha producido una ruptura con la doctrina tradicional de la Iglesia. Estos grupos hayan esta ruptura especialmente en la doctrina social y política; sus críticas a la cristiandad histórica y al magisterio social y político pontificio del siglo XIX, especialmente, acusados de “épocas y doctrinas clericales”; los sitúan en esta postura errónea de creer que es el Vaticano II quien deber juzgar e interpretar a la Tradición y no a la inversa como debe producirse en todo caso.

Porque de existir tal ruptura, por una coherencia vital, el católico debería rechazar el Vaticano II por contrario a la Tradición. Porque el dogma y la doctrina de la Iglesia sólo pueden "progresar" en un mismo sentido, sin contradicción ni variación sustancial.

Sólo recordaremos al señor Fazio que Santo Tomás enseña que el don divino que es la Gracia, es ofrecido para comunicarse a la naturaleza, incluso caída, por lo mismo la naturaleza sólo en la Gracia puede obtener con la elevación misma al orden sobrenatural , también la restauración y sanación de sus propias heridas en el orden natural y alcanzar sus propias perfecciones naturales. Todas las realidades humanas pueden y deben ser ordenadas, por ello, al fin último sobrenatural. La teología católica ha insistido siempre, frente a todas las herejías, que lo redimido es la “naturaleza humana” que es sanada y elevada. Todas las dimensiones que pertenecen a lo humano como tal son llamadas a ser salvadas y también a ser puestas al servicio de la salvación misma.

Las corrientes antropocéntricas de la filosofía moderna, con sus redenciones inmanentistas desintegran todo lo natural y su orden, ese orden que la Gracia pre-exige y que esta destinada a elevar. De aquí la necesidad y la legitimidad de toda acción que por los medios humanos defienda a la sociedad contra tales agresiones. Y de aquí, que la Iglesia haya hablado siempre de distinción entre los ordenes natural y sobrenatural pero nunca de separación.

Este era el sentido del lema del papa San Pío X: “Instaurar todo en Cristo”. Y esto es precisamente lo que niega esa teología de la secularidad tan en boga hoy en día en los católicos conservadores, que mediante un prejuicio de corte gnóstico que induce a considerar el orden natural como malo, como no asumible por la Gracia, llegan a considerar contra todo el magisterio y tradición de la Iglesia la secularización de la sociedad como un bien o en no vibrar ante la auténtica esperanza cristiana del Reinado Social de Cristo.

Hilaire Belloc: Defensor de la Fe. Frederick D. Wilhelmsen

Las Grandes Herejías. Hilaire Belloc

viernes, 16 de octubre de 2009

CENA DE CRISTO REY: Una cita a la que no podemos faltar

(Cena de Cristo Rey 2007)


ADHESIÓN DE LAS JUVENTUDES TRADICIONALISTAS A LA CENA DE CRISTO REY 2006

S.S. Pío XI estableció la festividad de Cristo Rey el último domingo del mes de octubre como “remedio contra el laicismo”. Lejos de introducir una enseñanza nueva la Encíclica Quas Primas venia a codificar una enseñanza multisecular de la Iglesia: el sometimiento de los poderes temporales a la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, además de la realeza en lo espiritual y en los individuos y en la sociedad. Una situación de hecho y de derecho que en las Españas se conoció como Unidad Católica y que además supone restricciones para el culto de sectas y falsas religiones. No se trataba sólo de afirmar un principio escatológico, que Jesucristo es Rey del Universo y de todo lo creado, sino en una época de convulsiones y vacilaciones se recordaba los deberes de las sociedades para con el Creador. Además junto a la fundamentación genérica o esencial había razones pragmáticas para apoyar la realeza social de Ntro. Señor Jesucristo: los beneficios que aporta para la salvación de las almas la creación de un ambiente favorable, que forma parte del bien común, objeto de la política. Y así el grito de las resistencias populares contra la Revolución impía pasaba del “¡Viva la Religión!” a “¡Viva Cristo Rey!”. Primero por los cristeros mejicanos, aunque antes se había pronunciado en otros hechos contrarrevolucionarios del continente americano, y después por los carlistas. El grito, además de devoto tenia una alcance totalmente político, vinculado a la restauración de la realeza social de Jesucristo, al igual que en las luchas de la Vendée lo fue la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

En el año 1931, el último domingo de octubre de 1931, fiesta de Cristo Rey se celebró en el Hotel Londres de San Sebastián una gran cena para sellar la vuelta a la disciplina de la Comunión Tradicionalista de la llamada “escisión integrista”. Eran tiempos oscuros y sangrientos para la Iglesia que hoy se encargan de exaltar y desearían repetir. La cena fue un gran éxito, que certificó el avance imparable de la Comunión Tradicionalista que se reorganizaba con paso firme para salvar a la Iglesia y a España. Años después, en medio de la confusión subsiguiente al Concilio Vaticano II el insigne historiador don Manuel de Santa Cruz promovió la recuperación de dichas cenas en los años 60, de las que también salieron los núcleos principales de la resistencia española al progresismo y al modernismo. En los años 80 tomó el relevo de su organización el profesor Miguel Ayuso, presidiendo S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón en una ocasión el evento. Desde el año 2004 el renacido Círculo Antonio Molle Lazo ha tomado la determinación de seguir conmemorando la fecha en una cena la víspera de la fiesta (...).

Cartel de la Cena de Cristo Rey 2006


Discurso de José Miguel Gambra en la Cena de Cristo Rey 2006

Canción y video: ¡VIVA CRISTO REY!

martes, 6 de octubre de 2009

La necesaria revisión de la secesión americana en vísperas del bicentenario

(Bandera carlista con el águila bicéfala, símbolo hispánico que representa el poder de la Monarquía sobre el nuevo y el viejo mundo. Cuando en España no se ponía el sol...)

[…] Es cierto, lo acabamos de apuntar, que también en la península ibérica los primeros pasos de la revolución liberal coincidieron, desde luego de otro modo, con la “cuestión nacional”, mejor también aquí la de la “independencia”, que así se llama la guerra suscitada por la resistencia ante la invasión napoleónica. Subrayo lo de antinapoleónica, pues –pese a una distorsionadora historiografía dominante– no se trató tanto de una guerra contra el francés como contra el hereje, ya que los franceses que venían con Napoleón eran –así rezaba un catecismo patriótico de la época– “modernos herejes pero nietos de antiguos cristianos”. Por lo mismo que los franceses que llegaron con el Duque de Angulema apenas unos pocos años después, a reponer en 1823 al Rey y a liquidar al tiempo el régimen liberal, fueron recibidos con entusiasmo popular. Otra cosa es el comportamiento decepcionante del Rey Fernando tanto en 1814, derrotados los franceses (liberales), como en 1823, derrotados los liberales por los franceses (católicos). Como otra también la habilidad de los liberales para sacar tajada en todo momento, desde 1812, aprobando una constitución hechura de las ideas que el pueblo estaba combatiendo en los campos de batalla, hasta 1833, aupándose al poder con la sucesión femenina. Ello conduciría a relativizar la importancia del factor nacional, o más bien, a ponerlo en su sitio, pues los liberales que estaban en la Península lograron –cuadratura del círculo– establecer el liberalismo al tiempo que combatían a los heraldos del mismo.

No muy diferente es lo realmente ocurrido en América. Donde al inicio encontramos Juntas que protestan defender al Rey y a la Familia Real, secuestrados por Napoleón, mientras rechazan al hermano de éste. O donde también se vitorea al Rey y se rechaza en cambio el mal gobierno. Luego llegarán las justificaciones pseudo-escolásticas ampliamente estudiadas por Carlos Stoetzer. O la retórica nacional. En puridad, debajo del gran torrente de los acontecimientos, está la fuente de las ideas liberales, de los intereses económicos y de las potencias extranjeras.

Por eso, no es desacertada la visión que encuentra la raíz de la secesión no, desde luego, en la resistencia a una opresión trisecular, sino en la contienda fratricida prendida con ocasión de la mentada invasión napoleónica y que escinde tanto a unos españoles que viven en la vieja península ibérica de otros trasplantados a América, pero también a éstos entre sí, como a aquéllos entre sí. Contienda en la que se dieron toda suerte de confusiones y en la que en ocasiones fue dado, sí, ver a “realistas” masones y liberales junto con “criollos” católicos y tradicionales. Pero en la que lo común fue encontrar al pueblo sosteniendo la causa del Rey frente a unos libertadores de los que no esperaban conservaran la libertad cristiana sino instauraran la opresión liberal.

Los testimonios son múltiples y se hallan por doquier. Evoco tan sólo el del general Joaquín Posada Gutiérrez, tan próximo de Bolívar: “He dicho poblaciones hostiles [a la liberación independentista], porque es preciso que se sepa que la Independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes; que las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución; que los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que pretendían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República”. Sólo olvida mencionar a los negros, casi unánimemente realistas, como ha demostrado en un estudio original el historiador boyacense Luis Corsi Otálora. Por eso, Ilustración liberal, masonería (sobre todo) inglesa e intereses de la plutocracia son los elementos principales de los procesos de secesión. El presidente colombiano López Michelsen, por no salir del ámbito de la Nueva Granada, habló por lo mismo en un ensayo notable de “la estirpe calvinista” de las instituciones republicanas.

No sería difícil extender, con los matices pertinentes, el juicio a toda América. La Corona, durante tres siglos, había sido el garante –ha dicho en un notable texto Ricardo Fraga– de la continuidad institucional, la unidad política y la totalidad territorial. Por eso la inacción e incomprensión fatales del rey Fernando VII ante lo que ocurría permitió el desbordamiento centrífugo de los gérmenes disgregadores de variado orden represados sin un solo soldado hasta entonces por la Corona. A partir de las que Marius André, en libro famoso prologado por Maurras y en la versión castellana por mi maestro Eugenio Vegas Latapie, llamó “las guerras civiles de la revolución” no sólo se tornó inviable el retorno de la monarquía y con ella de la continuidad, sino que naturalmente se inició (aunque no apareciera en los programas iniciales) “la secesión de la secesión”. Lo escribió el nicaragüense Julio Ycaza Tigerino: “La Independencia hispanoamericana no es solamente la separación de España, es un desmoronamiento total, como el desgranarse de una mazorca de pueblos. No es un movimiento de las provincias americanas contra la metrópoli, sino muchos movimientos. Ni una sola gran independencia sino muchas pequeñas independencias. Y todavía después de 1821 el proceso de desmoronamiento seguirá dentro de las mismas patrias independientes. Todas quieren ser independientes unas de otras, y en Centroamérica se llega hasta el ridículo de dividir la ya pequeña patria, recién separada de Méjico, en cinco minúsculas repúblicas.

Y es que la Independencia no fue otra cosa que el estallar del individualismo español, perdida la fuerza centrípeta del ideal hispánico que unificaba aquel inmenso Imperio. Por eso el proceso de la independencia no terminó con la separación de España. Siguió más allá en América con la separación entre sí de las provincias que formaban el Imperio mejicano, la gran Colombia y el antiguo Virreinato del Río de la Plata, y es el mismo que en España alienta aún bajo el separatismo vasco y catalán”.

(De Miguel Ayuso, Carlismo para hispanoamericanos. Fundamentos de la unidad política de los pueblos hispánicos, Ediciones de la Academia, Buenos Aires, 2007).

Libros recomendados: Bolívar: la fuerza del desarraigo ;

domingo, 4 de octubre de 2009

Mons. Zacarías Vizcarra y Arana. Apóstol vasco de la Hispanidad.


Mons. Zacarías de Vizcarra y Arana fue el mayor publicista del término Hispanidad a principios del siglo pasado y el gran artifice de la conmemoración de aquel día, frente a la anterior fiesta "de la Raza". En esta labor destacaron otros dos vascos: el poeta y diplomático Ramón de Basterra, que acuñó el término “Sobrespaña” y sobre todo Ramiro de Maeztu a través de su magistral “Defensa de la Hispanidad" Mons. Vizcarra insistirá siempre en que el término Hispanidad no fue invención suya.

Tan antigua es esta palabra en su sonido material, que la encontramos en el Tractado de Ortographia y accentos del bachiller Alexo Vanegas, impreso en Toledo, sin paginación, el año 1531 y conservado como preciosidad bibliográfica en la Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. «De los oradores –dice Vanegas– M. Tull. y Quinti. son caudillos de la elocuencia, aunque no les faltó un Pollio que hallase hispanidad en Quintiliano», &c. (segunda parte, cap. V)

Más aún: es probable que los romanos del siglo primero después de Cristo empleasen la palabra «hispanitas» (hispanidad) para designar los giros hispánicos del latín de Quintiliano, en el mismo sentido que el propio Quintiliano usa la palabra «patavinitas» (paduanidad) al hablar del latín, de Tito Livio. «Pollio –dice– deprehendit in Livio patavinitatem», es decir: «Polión encontró patavinidad (paduanidad) en Livio.» (De Institutione Oratoria, libro I, cap. V).

Fue hijo de un voluntario carlista de profesión albéitar que cuidaba del caballo de D. Calos VII. Su lengua materna era el vascuence, del que dominaba varias variantes. El primer libro que escribió fue un Breve Catecismo en dicha lengua: Cristiñavaren Jaquinbide Labustua
A lo largo de toda su vida llevó su diario personal en vascuence.

Hablaba también varias lenguas europeas y varias lenguas indígenas de América. Con una arrolladora vocación para la pedagogía fundó e impulsó varias asociaciones de cultura religiosa amén de otras de carácter asistencial

Su hermano Ildefonso era presidente del círculo Jaimista de Abadiano, Vizcaya, a la llegada de la República. Hizo la unión con los mellistas que disponían de un local mejor y más capaz pero con muy poca asistencia de socios. Durante la República actuó en muchos mítines como orador en vascuence. Fue fiel a sus ideales hasta el final.

Mons. Zacarías Vizcarra por su posición antepuso su labor pastoral a cualquier compromiso partidista, pero no dejó de colaborar con el Carlismo. Precisamente en la Editorial Tradicionalista de San Sebastián publica una de sus obras principales: Vasconia españolísima. Datos para comprobar que Vasconia es reliquia preciosa de lo más español de España. En esta obra demuestra la intensa y fecunda relación histórica del pueblo vasco con el resto de los pueblos de España, con argumentos históricos, con razonamientos morales y con datos científicos. Explica como el vascuence fue la lengua de buena parte de la España indígena prerromana. Explica que los vascos son herederos directos del pueblo cántabro. Explica como los vascos fundaron la primera de las colonias españolas en el sur de Francia (Vasconia Francesa). Explica como Castilla fue fundada y poblada por los vascos. Explica como la primera dinastía castellana (Fernando I el Magno) fue vasca. Explica como Aragón nació en Vasconia, y su primer rey, Ramiro I, fue también vasco. Explica como el primero que escribió en lengua castellana fue un vasco. Explica la cooperación necesaria de los vascos en las empresas universales más gloriosas de la historia de España. Explica el origen burgués y en último término extranjero (la siempre enemiga Francia) del nacionalismo vasco y detecta ya en su momento la explotación política de este nacionalismo a cargo del marxismo más grosero.

En la revista Ecclesia publica varios artículos de gran profundidad doctrinal. Uno de ellos "Peligro para el bien común" denuncia la infiltración del liberalismo en el Régimen de Franco a principios de los años 40.

De su fecundísima labor de promoción de la Hispanidad recogemos el siguiente fragmento del artículo Origen del nombre, concepto y fiesta de la hispanidad:

Impropiedad e inconvenientes de la denominación «Día de la Raza»

Absolutamente hablando, puede darse explicación satisfactoria a la denominación Día de la Raza tomando esta palabra en un sentido metafórico, equivalente a «tipo moral» cualquiera que sea la raza fisiológica a que pertenezcan los que lo comparten. Pero como no se puede andar explicando continuamente a todo el mundo la significación impropia y translaticia del vocablo, asociamos instintivamente a la palabra su sentido fisiológico, y nos suena como cosa absurda hablar de «nuestra raza» a un conglomerado de pueblos integrados por individuos de muy diversas razas, desde las blancas de los europeos y criollos hasta las negras puras, pasando por los amarillos de Filipinas y los mestizos de todas las naciones hispánicas. En realidad, ni siquiera los habitantes de la Península Ibérica pertenecen a una sola raza. Desde los tiempos prehistóricos viven en España pueblos dolicocéfalos, braquicéfalos y mesocéfalos de las más diversas procedencias, que los historiadores no han sido capaces de fijar. A la variedad de las razas prehistóricas se añadió luego la mezcla de fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos, árabes, &c., &c... que ha hecho cada vez más absurda la pretensión de catalogar racialmente a los mismos españoles peninsulares. Son, pues, inevitables las sonrisas cuando se habla de «nuestra raza» ante un auditorio de blancos, negros y amarillos y aceitunados, sobre todo si no es blanco el orador. Por otra parte, tiene algo de matiz peyorativo para las demás razas del mundo el que nuestra supuesta «raza» no se llame «esta» o «aquella» raza determinada, sino precisamente LA RAZA por antonomasia. No es necesario insistir más para ver las razones que me movieron a escribir que me parecía «poco feliz y algo impropio» el nombre puesto originariamente al Día de la Raza. Lo he podido comprobar experimentalmente en varias partes de América durante mi estadía de veinticinco años en ella.

Ventajas de la denominación «Fiesta de la Hispanidad»

El concepto de la «Hispanidad» no incluye ninguna nota racial que pueda señalar diferencias poco agradables entre los diversos elementos que integran a las naciones hispánicas. Es un nombre de «familia», de una gran familia de veinte naciones hermanas, que constituyen una «unidad» superior a la sangre, al color y a la raza de la misma manera que la 'Cristiandad' expresa la unidad de la familia cristiana, formada por hombres y naciones de todas las razas, y la 'Humanidad' abarca sin distinción a todos los hombres de todas las razas, como miembros de una sola familia humana. Es una denominación que a todos honra y a nadie humilla. Todas las naciones hispánicas han heredado un patrimonio común, transmitido por antepasados comunes, aunque luego cada una de ellas haya aumentado su herencia con nuevos bienes y nuevas glorias, que constituyen el patrimonio intangible y soberano de cada una de ellas. Pero así como en las varias familias procedentes de un tronco ilustre la existencia de distintos patrimonios privados no impide el amor y culto de las glorias que abrillantan la común prosapia, así también en las naciones, sin menoscabo de las glorias privativas de cada una, cabe el amor y culto del patrimonio común, sobre todo cuando es necesaria la colaboración de todos los herederos para conservarlo y defenderlo. La denominación «Fiesta de la Hispanidad» presenta a todos los pueblos hispánicos este aspecto agradable y simpático de nuestra gran familia de naciones y constituye una invitación para el estudio y cultivo del patrimonio común, que a todos enorgullece y a todos aprovecha.

Cómo sienten la «Hispanidad» aun aquellos que no sienten la «Raza»

El día 13 de octubre de 1935 se inauguró en Buenos Aires la estatua del Cid Campeador, levantada en el centro geográfico de la ciudad, en presencia del señor Presidente de la Nación, del señor embajador de España y de otras altas representaciones. Pronunciaron los obligados discursos oficiales dos oradores que no llevaban apellidos de origen español ni podían sentir el ideal de la Raza, pero que supieron sentir y proclamar el ideal de la Hispanidad. El historiador argentino Dr. Ricardo Levene, al explicar la significación de la presencia del Cid en América la encontró en el concepto espiritual de la «hispanidad», que es común a todos los hispánicos, aunque no hayan heredado sangre española. «El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así, que nace obligadamente en las relaciones con los demás, sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante, los héroes españoles e hispanoamericanos son de su noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante vitalidad de la Edad Medía española, corriéndose impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la raíz histórica... La hispanidad no fue nunca la concepción de la raza única e invariable, ni en la Península ni en América, sino, por el contrario, la mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha dejado de ser el mito del imperio geográfico... La hispanidad no es forma que cambia, ni materia que muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad: mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con las edades, sector del universo en que sus hombres se sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales comunes a realizar, que es el porvenir.» (El Diario Español, Buenos Aires, 14 de octubre de 1935, página 2.) Después de este discurso, que tuve el gusto de escuchar al pie de la estatua del Cid, fue recibida ésta oficialmente, en nombre del Municipio de Buenos Aires, por el doctor Amílcar Razori, que con breves y sentidas palabras entregó «para la contemplación artística y enseñanza moral de los habitantes la figura legendaria del Cid Campeador, hijo de nuestra dilecta España, duro, recio e indómito como las llanuras de Castilla que le vieron nacer, bravío guerrero de las gestas más mentadas al través de los siglos en los campos de batalla y docto en las Cortes ciudadanas, defensor del débil, paladín de la honra, libertador de pueblos, sostén del derecho y de la justicia, paradigma y síntesis, en fin, de las nobles, de las grandes, de las profundamente humanas virtudes españolas.» (El Diario Español, página citada).

Misión ecuménica de la Hispanidad en todas las razas del mundo futuro

Este mundo nuestro que se derrumba, víctima de luchas raciales y apetitos materialistas, buscará un refugio de paz y fraternidad en las veinte naciones católicas de la Hispanidad, salvadas casi íntegramente del incendio de la guerra y relativamente inmunizadas contra las más peligrosas reacciones de la posguerra. La Hispanidad Católica tiene que prepararse para su futura misión de abnegada nodriza y caritativa samaritana de los infelices de todas las razas que se arrojarán a sus brazos generosos. La Providencia le depara a corto plazo enormes posibilidades para extender en gran escala su acción evangelizadora a todos los pueblos del orbe, poniendo una vez más a prueba su vocación católica y su misión histórica de brazo derecho de la Cristiandad. Por eso es necesario estrechar cada vez más los lazos de hermandad y colaboración entre los grupos más selectos de la Hispanidad Católica, prescindiendo de razas y colores mudables, para afianzar más las esencias inmutables del espíritu hispánico.